Construyendo momentos - XII
Una infancia en línea, aprender para seguir siendo humanos, la urgencia del arraigo, un intercambio de newsletter y "Vivir, pensar y mirar" de Siri Hustvedt.
»Soy Cuca Casado y estás leyendo Mis propias realidades, una newsletter en la que se construyen momentos que tienen su propio ritmo, sabor y devenir«
Una infancia en línea. ¿Quién educa cuando las pantallas descansan?
En Disidentia escribí sobre los más pequeños de la sociedad y el uso de dispositivos digitales. Cuando el entorno emocional y social está empobrecido, el refugio en las pantallas no solo se vuelve comprensible: se convierte en una forma de supervivencia emocional.
Estaba disfrutando de un café cuando, en la mesa de al lado, un grupo de padres empezó a hablar —como tantas veces ocurre— sobre los menores y las pantallas. Uno de esos temas que generan consenso aparente y preocupación generalizada. Sin embargo, una frase me sacudió como un sorbo de espresso demasiado cargado: “A mí me parecería bien que se regulase por ley el uso de los móviles en los menores”, dijo una madre, con tono firme, mientras el resto asentía sin más. Acabáramos, papá Estado haciendo las funciones que tú como madre no asumes. Me gustaría haberle preguntado si aceptaría que el Estado fiscalizase su dispositivo para corroborar si su tiempo libre se lo dedica a sus hijos o, por el contrario, anda también absorta en las redes sociales. Y es que a veces el dedo acusador señala hacia abajo —hacia los más jóvenes— con demasiada facilidad. Nos escandaliza lo que hacen los adolescentes con sus móviles, pero no nos detenemos a pensar qué hacen los adultos con los suyos. Ponemos el foco en sus pantallas sin mirar las nuestras. Exigimos regulación, control, vigilancia, etc., como si la infancia fuera un territorio colonizado por la tecnología, cuando en realidad es un espejo que refleja nuestras propias contradicciones.
Aprender para seguir siendo humanos
También en Disidentia he escrito sobre aprender, que saber sin ética es una bomba de relojería. Por eso aprender no puede desligarse del preguntar por el bien:
Aprender no es una actividad más del ser humano. Aprender es la actividad que nos ha hecho humanos. Desde los primeros gestos imitados en la infancia hasta los sistemas de conocimiento más sofisticados que hoy pueblan la inteligencia artificial, nuestra historia es una historia de aprendizaje. Sin él, no habríamos domesticado el fuego, ni inventado la escritura, ni podríamos interrogarnos por el sentido de la existencia. Aprender es un juego infinito: no se gana, no se termina; se juega porque el juego en sí es el que sostiene la vida.
Incluye una entrevista a , a raíz de su debut en el mundo editorial con su libro Aprendizaje Infinito.
La urgencia del arraigo y la comunidad
En La Gaceta de la Iberosfera he escrito sobre lo necesario que es forjar comunidades en las que las personas desarrollen su autonomía, libertad y dignidad.
«Una comunidad cohesionada no anula la identidad individual, sino que la refuerza mediante el apoyo mutuo y el reconocimiento» — Isidro Maya Jariego.
Vivimos tiempos paradójicos: nos comunicamos más que nunca, pero rara vez nos encontramos. Tenemos redes sociales digitales saturadas de avatares y alias, pero pocos vínculos de carne y hueso. Mirando un poco más allá de las pantallas se puede observar que somos vecinos sin vecindad, ciudadanos sin ágora. Es inquietante que hace poco menos de 200 años la fotografía ni siquiera se había inventado, mientras que hoy en día conectarse entre nosotros sin contacto cara a cara es una parte normal de nuestras vidas. En definitiva, individuos hiperconectados pero profundamente solos. Como decía en otra ocasión, en un mundo cada vez más interconectado, la soledad se erige como una paradoja inquietante. Rodeados de pantallas que nos conectan con el mundo entero y de redes sociales que nos ofrecen la ilusión de cercanía, nunca habíamos estado tan distantes unos de otros. En esta realidad contradictoria, la necesidad de comunidad no es una nostalgia romántica, sino una urgencia biopsicosocial y ambiental.
Un intercambio de newsletter
Hace unos meses, me propuso hacer un intercambio: ella escribir en mi sección de Un diario compartido y yo pasarme por su newsletter para hablar de un concepto. Y así lo hicimos.
Aquí sus Despertares:
Aquí mi texto sobre el valor de leer en voz alta:
Vivir, pensar y mirar de Siri Hustvedt
¿Qué pasa cuando una escritora que sabe de neurociencia, psicoanálisis, arte y filosofía, se sienta a mirar el mundo con lupa? Pues que nace un libro como Vivir, pensar, mirar, una colección de ensayos que no solo piensa, sino que piensa sintiendo.
Siri Hustvedt no escribe desde la torre de marfil, sino desde la vida misma: desde el cuerpo que tiembla, la mente que se perturba, los recuerdos que regresan sin pedir permiso. El libro está dividido en tres partes —"Vivir", "Pensar", "Mirar"—, pero como en la vida real, esos tres verbos se entrelazan constantemente. Porque no se puede mirar sin pensar, ni pensar sin estar viviendo algo.
En Vivir, Hustvedt se abre en canal. Habla de su infancia, de sus crisis, de la maternidad, del duelo, del amor. Lo hace con una honestidad que no busca compasión, sino comprensión. No hay exhibicionismo emocional, hay lucidez encarnada.
En Pensar, se lanza de lleno a los grandes temas: el yo, la memoria, el lenguaje, la mente. Pero no esperes un tratado denso: Hustvedt te hace pensar sin que te duela la cabeza. Dialoga con Freud, con Kierkegaard, con Merleau-Ponty, con neurólogos y poetas, pero lo hace desde una curiosidad genuina y contagiosa. No tiene todas las respuestas, pero tiene preguntas que te dejan dando vueltas en la cama.
Y en Mirar, despliega su pasión por el arte. Analiza obras, artistas, exposiciones. Pero más que crítica, hace lectura emocional de las imágenes. Mira como quien escucha. Y se pregunta por qué cuando un hombre pinta con violencia es un genio atormentado y cuando una mujer lo hace, es una histérica. Sí, Hustvedt es feminista, pero sin dogmas: con argumentos, con ejemplos, con experiencias.
¿Qué deja el libro? Una sensación de que pensar bien también es una forma de vivir bien. Que el cuerpo es inseparable de la mente. Que mirar es también dejarse afectar. Y que no todo se puede explicar, pero merece la pena intentarlo.
En resumen, Vivir, pensar, mirar no es un ensayo académico ni un diario íntimo, sino un puente entre ambos. Siri Hustvedt escribe como quien te invita a una conversación larga, en una tarde lluviosa, con café y sin prisa. Y cuando cierras el libro, sientes que has crecido un poco. O al menos, que has vivido un rato más despierto.
Música que me ha acompañado mientras escribía
Y hasta aquí por ahora…
Si te ha gustado házmelo saber.
Deambula libremente, escucha cuidadosamente y consume omnívoramente.